hola gente,acá subo al blog uno de los dos trabajos que envió una compañera de Rosario para el encuentro, espero se pueda leer bien del blog, igualmente voy a intentar luego mandarlo por la red jnto con el otro trabajo que llegó. saludos!
Cátedra libre antonio gramsci. 06
Tercera Jornada: ¿Y por casa cómo andamos? La Universidad como trinchera
No nos convertimos en lo que somos sino mediante
la negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros.
J. P. Sartre en el Prólogo a Los condenados
de la Tierra.
Vivimos momentos difíciles, momentos de reflujo combinados con una fuerte apatía política. El día a día transcurre como fenómeno externo que pasa por la puerta de casa, y la vida sigue como por inercia, empujada por quién sabe qué fuerza natural. La vida universitaria, desgraciadamente, se puede leer en la misma clave: la fluidez de los hechos combinada a la quietud de quienes los vivimos dan la apariencia de una falsa armonía. Nada mas alejado de la realidad; de hecho, el mundo universitario está íntegramente atravesado por procesos de lucha, de disputa ideológica que se dan de manera incesante y que se contextualizan en una totalidad más amplia que lo rebasa y a la vez lo incluye.
Convencidos de esto es que venimos a proponer este espacio de discusión colectiva, proponiendo como disparador las siguientes reflexiones. Reflexiones éstas que no nacen de la mera contingencia, y que mucho menos buscan ser inocentes; nada de eso. Cuando se reflexiona políticamente, la casualidad queda al margen, las intenciones, desnudas: buscamos tensar una discusión disputando con otras posiciones, poniéndolas en jaque, dejándolas en evidencia. Ya lo dijimos en otra ocasión: nada es casual en la Academia… Y por ese lado seguimos.
Más de uno se espanta ante la idea de pensar la Universidad como trinchera, como uno de los espacios en que se disputa poder, en que se lucha encarnizadamente para la construcción de hegemonía. Las facultades se elevan a la posición sacrosanta de albergues del saber erudito, pero también a-crítico, vacío. Entonces, que se abra la lucha en el aula; eso es lo que queremos. De hecho, cuando nos preguntamos “¿y por casa cómo andamos?” lo que buscamos es cuestionar qué pasa en la Universidad, en nuestra facultad, cómo se inserta en una realidad más amplia, total. Y cuando vamos en busca de respuestas, pretendemos empezar a discutir sobre lo que no se dice, disparando contra lo que se nos aparece como natural. Empezar a cuestionar; ésa es la cuestión.
Más arriba se habló de saber erudito. La universidad de hoy forma eruditos. Los eruditos son algo así como compulsivos del saber: saben, saben, pero nunca reflexionan. Buscan tan afanosamente saber cada vez más de más cosas, que nunca se detienen en ninguna. Así las cosas, los estudiantes somos rebajados a la categoría de alumnos, faltos de luz, que necesitamos una guía que nos ilumine el camino hacia “el saber”. Mediante la utilización de un estilo escolar primigenio, somos incitados a saber, saber, saber y nunca pensar.
Aun más grave, los “saberes” se nos presentan como compartimientos separados e inconexos, como disciplinas que sólo se tocan a fuerza de conexiones forzosas. Como resultado, uno de los ejes fundamentales que es posible tomar para el desarrollo de un análisis sobre las características de la universidad pública en general y de nuestra facultad en particular, gira en torno de la fragmentación del saber. Y aquí es preciso explicitar qué comprendemos por fragmentación. La propia palabra ilustra que se trata de división, pero referirse a esto como una problemática nos hace pensar en su negación: la totalidad. Será por este camino por el que marchemos, pensando al conocimiento como herramienta de aproximación a la totalidad de lo real, indispensable en la lucha por la transformación, producto de la invención colectiva.
Pero volvamos a la fragmentación. Es muy común que desde las distintas cátedras se aborden diferentes esferas de la realidad como si fueran compartimientos separados y desconectados entre sí. De hecho, a lo largo de las carreras nos topamos con una serie de escisiones que ya han llegado al nivel de la práctica canonización: que la teoría va por un lado y, como por arte de magia, se la “baja” a la práctica, que la política marcha por un carril separado de la economía (y así hemos escuchado barbaridades tales como que Marx no tiene una teoría del estado y la política porque en su interpretación de la sociedad capitalista sólo se basó en los factores económicos), que historia y política no se conectan una a otra… y así otros disparates. Separaciones todas que alcanzan su nivel máximo en la división sujeto-objeto, que adquiere en la mayoría de nuestras materias un cariz profundamente liberal, al posicionarnos como sujetos observadores a-críticos y neutrales del objeto en estudio. ¿O no es que la mentira de la neutralidad valorativa weberiana la hemos escuchado hasta el cansancio?
Junto con la fragmentación, avanza el recorte de los contenidos, la parcialización en el abordaje de ciertos autores, la mercantilización y tecnificación. Rasgos todos que obedecen a una ideología dominante que no es sino la detentadora de la organización y gestión universitaria, y que, escudándose en el discurso de la objetividad, actúan a favor de sus propios intereses. Así vemos el avance irrefrenable en la instalación de un monólogo elitista o de una “monolengua”, que refuerza un único estilo de pensamiento. Ejemplos abundan, pero sólo por nombrar uno podemos citar el programa de estudio de la cátedra de Epistemología de
El conocimiento-mercancía invade los programas, las cátedras, el currículum y pretende colonizarnos la cabeza. Cada vez más las empresas se creen en el derecho de golpear las puertas de las aulas cuando ven que la universidad no forma los ciudadanos completos que ellas necesitan para incorporar a la producción. Prueba reciente de ello es el caso del Plan de Relaciones Internacionales, que en un futuro próximo entraría en discusión la posibilidad de cambiarlo, adaptándolo a las demandas de las empresas trasnacionales. Irrefrenablemente marchamos hacia la consolidación de perfiles académicos cada vez más lejanos a las necesidades de las clases populares, al tiempo que la universidad se cierra sobre sí misma, negándoles el acceso. La universidad del neoliberalismo; lejos de estar al servicio de dichos sectores, existe, subsiste y produce conocimiento en función del mercado. El neoliberalismo como proyecto económico, político y cultural logra escindir y alejar identidades mostrando como contradictorio al trabajador y al estudiante que no pueden pensarse por separados.
La desvinculación sujeto–objeto, encuentra en el discurso neoliberal -hegemónico en las universidades- una de sus principales fuente de fomento, a la vez que se ve agravada por la fuerte apatía de los estudiantes. Se da así un proceso de retroalimentación entre quienes gestionan el proyecto universitario en estos días y los estudiantes, que con nuestro desinterés contribuimos a la profundización de estos procesos. Desde nuestro lugar de estudiantes, muchas veces tendemos a posicionarnos como las víctimas de las políticas aplicadas por las autoridades de la universidad y el estado; como decía Pierre Bourdieu, víctima es quién no quiere cambiar las cosas. Esta actitud que tenemos como estudiantes no hace más que reproducir las lógicas de aquello que en teoría queremos rechazar.
No caben dudas que el desinterés y el desentendimiento por problemas que nos atraviesan, en la mayoría de las veces, no son producto de una decisión consiente; sino que surgen como un objetivo deliberado del mismo proyecto político-ideológico neoliberal. De ahí la necesidad de comenzar a pensar el protagonismo como un derecho inalienable del que debemos hacer uso para dejar de reproducir y empezar a construir. El individuo aislado, que no piensa políticamente su paso por la universidad y que sólo emite su opinión una vez al año con su voto, está en las antípodas de esta idea de protagonismo de la que hablamos. Protagonismo como re- presentación, como un volver a presentarse como sujetos transformadores de nuestra realidad y dejar de pensar a la representación como una delegación, como una sustitución del sujeto por la organización, una idea de fetichismo del estudiante, que iguala 1estudiante = 1voto. Pensar la política universitaria acorde a este proyecto de sociedad, genera que su terreno cuasi natural sea el de la competencia: competencia casi mercantil, por quien te brinda más y mejores servicios, nunca contribuyendo a la conformación del movimiento estudiantil, sino a la resolución de problemas individuales que faciliten el paso por la universidad pública; profundizando así la falsa escisión entre individuo aislado y sujeto colectivo.
Claro que todos estos efectos nefastos de la universidad que supimos conseguir no podrían haber alcanzado semejante efectividad si no contaran con la base jurídico-legal que les presta
Echar un vistazo sobre la compleja y multifacética realidad docente nos permite dar cuenta de ello. La carrera docente, como otro terreno más de competencia, que exige la necesidad de acreditar conocimientos, cuyo criterio de validación son los posgrados pagos, excluye mediante este mecanismo a quienes no pueden o quieren acceder a estas mercancías suntuarias constituyendo así una corporación docente, ejemplo claro de cómo se construye hegemonía material.
En fin, estamos rodeados… el autoproclamado pensamiento único nos cerca, aplastando la actividad emancipatoria, creando un conocimiento cada vez más inerte, sin práctica política que lo libere de la dictadura de los claustros y de los recortes a qué está constantemente sometido.
Y entonces, se nos abre la pregunta del ¿qué hacer? ¿Qué proponemos ante esto? Necesitamos partir de una base esencial: rescatar del conocimiento su carácter político. ¿Por qué? Porque el conocimiento, el dotar a la conciencia de mayores instrumentales, es humanizar al sujeto, devolverle su dignidad, postular su emancipación. En otras palabras, el conocer se fundamenta en el propio existir, en la propia condición humana, y es una herramienta fundamental de la lucha. Sentimos el fervoroso deseo de superar el alejamiento del “objeto”, la posición neutral, el desapasionamiento del ojo fino y apático ante lo que ve al tiempo que lo deshumaniza. No dejemos que nos conviertan en técnicos de la experiencia humana, perdiendo la oportunidad de transfigurar el conocimiento de la realidad en un compromiso con ella. Dejemos de lado las visiones canonizadas y el escolasticismo académico; el conocimiento se construye colectivamente y no sólo dentro de la universidad. La conciencia es universal, atributo no exclusivo de ningún grupo social en particular; por ello todos podemos construir saber emancipador desde donde podemos… universalicemos los instrumentos y unamos las luchas.
Por último, no olvidemos nunca actuar apasionadamente: nada tiene más teoría que una práctica llevada adelante con compromiso afectivo.
TODOS LOS QUE HACEMOS
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